Igualmente, las organizaciones basaron su sistema de toma de decisiones en este modelo de racionalidad instrumental, guiado por criterios puramente económicos, y sustentado en valores como la productividad, la rentabilidad, la eficiencia, el consumo o la competitividad, sin ponderar las consecuencias que tales decisiones podían tener sobre los individuos, los grupos y la sociedad en general. En definitiva, se produjo una adscripción "acrítica" al discurso imperante en la sociedad acerca de su razón de ser y de su forma de funcionamiento. Debido a esta convergencia entre los valores de la sociedad y de las propias organizaciones, éstas empezaron a concebirse como sistemas diseñados racionalmente para la consecución eficaz de sus objetivos, percibiéndose a los trabajadores como actores pasivos y apolíticos (March y Simon, 1977), y como una simple pieza más de las que las organizaciones disponen para alcanzar sus metas económicas. Además, los trabajadores empezaron a ser social...